Ya es un clásico. Cosquín Rock tuvo una vez más un festival dentro de otro con el temático heavy. Desde muy temprano, numerosas remeras negras comenzaron a poblar el extremo sur del predio, y muy pocas se movieron de allí. Metallica, Megadeth, pero sobre todo Almafuerte, eran los nombres de los grupos que se leían en las espaldas de los fieles. Es que el regreso de Ricardo Iorio y los suyos tras el faltazo del año pasado era lo más esperado de la noche. Y el grupo que completan "Tanto" Marciello, Bin Valencia y "Beto" Ceriotti (tocó sentado todo el show) no defraudó.
Apenas pasada media de hora del nuevo día, Almafuerte hizo su aparición y aprovechó para presentar varios temas de su reciente disco Trillando la fina. "Me tomé cinco años para sacar un disco porque las canciones no hablan sobre menear la cola", dijo irónicamente Iorio, quien enseguida agregó: "Igual no voy a hablar mucho. Mi mujer me pidió eso antes de venirme para acá". De los temas nuevos pasaron, entre otros, Pa'l recuerdo, Caballo negro y el que le da nombre al material.
A pesar del comentario, el cantante no pudo con su genio y ante el primer cántico que lo eleva como "lo más grande del heavy nacional" interrumpió diciendo que lo más grande "está en cada uno si lo puede sacar de adentro". Más tarde, exaltó a su compañero Marciello como "el verdadero responsable del sonido de la banda". El "Tano" agradeció con un electrizante solo de viola. Con un estilo casi "juglaresco", entre tema y tema, Iorio se tomó su tiempo y muchas veces parecía que iba a desplegar toda su verborragia, aunque finalmente sólo deslizaba algún comentario irónico y se dedicaba a decir con su letras, que tan bien han sabido describir en los últimos años situaciones ruteras o conflictos rurales. Eso sí, también hubo lugar para algunos festejados clásicos de Hermética.
Momento extremo
La actuación de Exodus seguramente quedará como una de las más potentes de la historia de Cosquín Rock. La banda californiana se despachó con una alta dosis de thrash metal en estado puro, ese que hace mover cabezas y meterse en un trance difícil de explicar con palabras. Desde la poderosa voz del "gordo" Rob Dukes (no se cansó de arengar durante la hora exacta que duró el set), pasando por la guitarra sucia pero precisa de Gary Holt (lee acá la entrevista en la previa), hasta la demoledora batería de Tom Hunting, todo se combinó para redondear un paso memorable por el festival.
Pasados los primeros minutos, la arremetida de Hunting con su doble bombo pareció tomar más fuerza para pegarle duro en el pecho a un público que se dividía claramente entre los activos participantes del pogo giratorio (la verdadera vuelta al mundo) y el resto que contemplaba extasiado la magnífica combinación de luces, pantalla hipnótica y despliegue de los músicos. Incluso se pudo ver entre la gente a colegas como Eddie Walker o los integrantes de Hammer, quienes no salían de su asombro con algunos pasajes salvajes. Para el final había una sorpresa: Dukes pidió que el "fuckin'" público se separara en dos creando un imaginario "muro de la muerte". La batalla que se provocó luego fue un espectáculo impresionante, digna de guerreros medievales. Los que quedaron en pie desataron la ovación. Seguramente vuelvan.
Agite tempranero
"¡El que no salta es un maldito cumbianchero, aguante el heavy metal!" gritaba Carlos Cabral, cantante de Tren Loco; y más allá de la frase controversial, esa arenga estimuló para desatar uno de los primeros pogos masivos de la tarde-noche, justo cuando el sol se escondía detrás de las Sierras. La banda del noroeste del conurbano bonaerense arremetió con Barrios bajos y puso los puños en alto de gran parte de un público que ya era numerosísimo.
Horcas fue otro de los que pisó fuerte entrada la noche, con sus clásicos, la voz del "Gordo" Meza y el emblemático "Topo" Yáñez en bajo. A continuación se produjo uno de los momentos que más expectativa había generado: la presencia de Carajo. El trío, habituado a estar en el principal (estuvieron como invitados en el tributo a Marley), cumplió con creces, aunque algunos se mostraron indiferentes.
Los que además de indiferencia cosecharon algunos abucheos fueron los Coverheads, banda de covers porteña cuya inclusión en la grilla es muy difícil de explicar, más tocando después de nombres pesados como Lethal, Mastifal y los cordobeses Hammer, que contaron con un curioso presentador.
La localía pesa
"Gracias por ponerle el pecho a la lluvia de mier... que nos quería cagar el Cosquín" tiró uno de los Hammer a poco de comenzar su potente set pasadas las seis. En realidad, el chaparrón que había caído sirvió para aplacar la polvareda suelta que quedó tras la primera jornada. El dato es que cuando Hammer estaba a punto de comenzar a tocar, Eruca Sativa finalizaba lo suyo en el principal. Esto sumado al hangar con bandas locales generó un día histórico en Cosquín Rock: tres bandas nacidas en Córdoba tocando al mismo tiempo. Inolvidable.
Más tarde fue el turno del poderoso thrash de Mastifal (homenaje a Pappo incluido con una versión casi
irreconocible de Algo ha cambiado) y la vigencia de un grupo histórico como Lethal, que tiró sus más de 20 años de carrera sobre el escenario, de la mano del carisma de su cantante Tito García y los dedos mágicos de Eddie Walker en el bajo.
Llamativamente temprano estuvo una de las leyendas del metal argento. Gustavo Rowek, "el eslabón perdido entre V8 y Rata Blanca", como él se definió, actuó con su proyecto solista y dio cátedra detrás de los parches. Además, le dio el gusto al público con dos clásicos de la banda madre del heavy argento, Cautivo del sistema y Destrucción.
Cuando promotoras de la tarjeta que auspicia el evento llegaron con ajustadísimos pantalones, algunos no podían creer la osadía, pero un treintañero dio una explicación: "Los metaleros somos muy respetuosos, con los rolingas no se hubieran animado a venir", tiró. Mientras tanto, otro ayudaba a levantarse a un herido en la batalla del pogo. Además de fidelidad hubo mucho respeto!